martes, 1 de diciembre de 2020

Materializando sueños en el Humedal

 

Corazón de palta, cerebro de nuez,

besos de naranja, piel de laurel;

bordeadora, hago pie;

mis brazos como tijeras

de podar, incansables;

voy como escultura-collage,

pegado con flores y savia

adherida en las finas comisuras,

industriales-naturales, de mi ser;

bordes de cosas “opuestas”, en mí

desembocaron sus propuestas,

tomo lo que me sirve para hacer

lo imposible: mantenerme y soñar,

hacer brotar las alas, preparar la nave,

tener varias alternativas para volar;

la nave será nube o dragón,

un árbol caído; conecto mis fibras a él,

despego hacia lo eterno, a la sinrazón

de ver cómo es y nunca saber ese final;

en el agua mi bote, madera de cedro

y un timón-amigo o sólo habré partido,

madera que necesita un corazón

que la humedezca y así activar su motor;

por el río y el cosmos navegar la Eternidad,

más acá las islas del Humedal;

mi vehículo terrenal: una bici con canasto

y un carro que adapto con una tuerca,

tres arandelas y una traba, eso marca la diferencia:

poder cargar mis herramientas e ir por el pan,

poder traer montón de plantas,

hierbas, frutos, macetas encontradas;

si no trabajo, voy solamente con la “inglesa”

de aquí para allá, por la ciudad cantando al viento;

el pedalear, engranaje musical, cadena de ritmo,

moviendo los versos, haciéndolos sonar;

estribillo continuo como un giro en espiral,

rezo y diversión, oráculo y canción.

 

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