Las azucenas han cambiado su color,
del rojo al blanco, del blanco al rojo,
combinados, co-co-co-combinados;
las azucenas han cambiado su color,
del blanco al rojo, del rojo al blanco,
lo vi yo.
La azucena abrirá su flor, como un puente cruzaré
el amor;
hacia el este espera un fogón y amores de agua,
arena y Sol;
la mimosa cerrará su hoja, se contrae al rozarla
suave
y la niebla traerá la duda que humedezca y nutra la
pregunta;
y
La azucena muestra su congoja, muere el ángel que
cuidó esa rosa;
fueron años de capullo a flor, de perfume entre las
espinas,
se esparcía llamándote a vos; que venías como un
colibrí,
como una monarca o como hormiga,
la nariz hundías en su geometría sagrada-fractal;
medición de lo infinito es oxímoron;
fatal será la escisión de tu alma con el jardín del
Sol;
el ángel que no pudo ser, fue oscuro y te invito a
ver
del lado del ego sin flor; marchita tierra de
dolor,
había un poco de placer a cuenta de entregar tu
sien
cien veces a la depresión, la parca siempre
merodeó;
un duende su pincel mojó, la paleta cromática te
hechizó
de bosques, estrellas y río: comarca al lado del
camino;
de brindis, música y reunión: el espíritu cerca del
corazón.
Bulbo-pulpo de tentáculos verdes,
la azucena así emergió y ahora surge su vara,
que sostendrá tres flores, regalo del núcleo;
transmuta en pétalos y néctar toda su pasión
de lava y petróleo en el centro de
siempre en producción,
calentando y hechizando las semillas,
desde abajo para arriba el esplendor,
nutriendo las capas del limo,
fertilidad y cuna para la creación.
Azucena, a su cena picaflor:
succione el azúcar natural,
jugo floral de la campana roja y blanca;
llene su motor de amor en savia,
bata sus alas, un millón de aleteadas,
surque el jardín con su piel abrillantada
verde-azulada; pequeña hada-ave-mágica;
piquito polinizador desparrama
la continuidad en muchas plantas;
dicen, eres retorno de almas cercanas.
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